sábado, 6 de marzo de 2010

8 kilos de cancha

8 kilos de cancha, ¿Quién compra 8 kilos de cancha y hace que sus hijos se lo coman? Mi madre. Hace más de dos meses que adquirió tal carga de maíz, y desde ese fatídico día, yo y mi hermano comemos cancha en el desayuno, almuerzo y cena.
Pero, tomándolo por el lado amable y positivo, he podido probar cancha con pan con huevo, cancha con sopa de pollo, cancha con olluquito, cancha con gelatina, cancha con jugo... y demás platos acompañados por el puñadito de cancha salada.

Mi hermano y yo somos la prueba viviente de que el pan puede ser fácilmente reemplazado por la cancha serrana, siempre y cuando tengan tantos kilos de cancha en su casa.

Me pregunto que fatal destino habríamos tenido si es que en vez de cancha, a mi madre se le hubiese ocurrido comprar kilos de ciruela, no habría habido poder humano que evitara que el estómago se nos suelte, o si por otro lado a mi linda madre se le hubiese ocurrido comprar kilos de kilos de harina, estoy bastante segura que habríamos terminado comiendo kekes de todo tipo y ahí si, ni con el remedio casero para estreñimientos de mi abuelita: agua de manzana + pizquita de jabón.

¿Será que las madres tienen alguna macabra fascinación por hacer experimentos con el estómago de sus pobres hijos? No hay una respuesta absoluta para este asunto, sin embargo, sé de varios casos, en los que las mamis hacen de las suyas y muchas veces, se valen de artimañas y viles engaños.

Tomemos el ejemplo de mi amiga, quien después de un agotador día en la universidad regresó a su casa y entró a la cocina con muchas ganas de comer o tomar algo rico, y ¡Oh! ¡Sorpresa! Encontró lo que parecía un delicioso helado de vainilla en la refrigeradora. De lo más feliz, agarró una cuchara y se sirvió una generosa porción en un vaso, y se metió una cuchara entera a la boca.
-Mmmm, que raro. El helado pica - se dijo.

- Mamá ¿Por qué el helado de vainilla pica?- preguntó, inocentemente.

- Es de kión - fue la respuesta.

¿De kión? ¿De kión? Fue la frase que quedó resonando en la mente de mi amiga. El supuesto helado de "vainilla" había resultado ser de kión.


Algo parecido me pasó el lunes, cuándo mi madre estaba sirviendo mi almuerzo en el taper para llevármelo a la universidad (sí, cargo el taper con comida todo el trayecto del carro y además, lo tengo en la mochila hasta la hora del almuerzo), yo le pregunté ¿Qué es?

- Carne- respondió tranquilamente (creyéndose "viva" seguro)

Pero yo ya había notado que era hígado. No me malinterpreten por favor, sé que a muchas personas les encanta el hígado, frito o en otra manera. Pero dado que yo no soy muy fan de esta suculenta carne, no como hígado con mucha frecuencia y menos con cierto agrado.

¡Chic! ¡Chic! sonó el taper. Ya todo estaba perdido, no había nada que yo pudiera hacer. El hígado "saltado" estaba bien encerrado en mi taper, taper que yo tuve que introducir en mi mochila, llevar y comer, pensando "es carne".

O, la típica y malévola frase que tiene un significado que no sabemos interpretar detrás:

"Prueba, es pollo"

Pollo, claro, eso creemos. Todos ingenuos caemos en la trampa del "es pollo". No es pollo. Cuando les digan eso, no lo crean. Lo que les están ofreciendo es cualquier cosa menos carne de pollo.
A veces resulta ser suri, gusano blanco que es comida típica en la selva, huevos de tortuga o carne de mono.

En conclusión, no hay que fiarse las aparentemente inofensivas palabras de nuestras madres en lo que a comida (que se ve extraña) se refiere.

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